Up in the air.

Siempre he soñado alguna vez en que me gustaría volar como un pájaro y poder contemplar desde el aire nuestro paisaje cotidiano.

Esa mirada que desde el suelo es como otras, pero que desde allá arriba se transforma en toda una auténtica obra de arte. Pequeñita. Bonita. Diferente.

Klaus Leidorf se convierte en pájaro cada mañana, dichoso el,  y pasa ocho horas al día en el asiento de una avioneta. Porque Leidorf en realidad, no es un piloto, ni un pájaro, ni un fotógrafo al uso… Él es fotógrafo de excavaciones arqueológicas, y su trabajo consiste en explorar terrenos locales, fijar la mirada y su objetivo donde nunca antes nadie había parado a hacerlo, e identificar y fotografiar los sitios y lugares históricos donde los humanos vivían hasta hace 5.000 años.

Así que él vuela sobre Alemania con su avioneta y su cámara de fotos, capturando imágenes sencillas desde cielo, como granjas, caminos, mesetas, ciudades y cualquier otra cosa que le interese en un proceso que él llama “la arqueología aérea”.
Leidorf pretende enseñar una perspectiva diferente del mundo, ya que,  a partir de 100 metros de distancia se pueden ver las cosas con claridad, pero en el suelo no se puede ver nada. Y ahí es donde está el secreto. Alejarse para ver las simetrías, los colores, los detalles, las formas. Ver lo sencillo con mayor fulgor.

Klaus Leidorf, o mejor dicho, el fotógrafo del aire. Un placer para la vista disfrutar de estas impresionantes fotografías.

“Como no sabías disimular, me di cuenta enseguida, de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos y volar”
Julio Cortázar.

Podéis verlas aquí: https://www.flickr.com/photos/leidorf

Y de repente… diciembre.

El último mes del año.
El mes por excelencia en el que echamos la vista atrás
y nos paramos a pensar en todo lo que ha sucedido… y en lo que no.
Porque diciembre es el mes de la nostalgia, de reencuentros con familia y amigos,
de hacer balance de lo vivido, de pararnos a pensar lo mucho que ha cambiado nuestra vida en un año… Y aquellas personas que digan que su vida ha cambiado poco, les digo que se paren un momento a pensar en cómo era su vida el diciembre pasado y este diciembre. Probablemente, encontrarán un montón de diferencias, más incluso de las que hubieran podido llegar a pensar.

Diciembre siempre tiene dos caras. Como el Ying y el Yang.
Pasado… y futuro. Pasado porque nos replanteamos todo lo vivido…
la gente que ha estado a nuestro lado… la que sigue estando, y la que ya no lo está.
Los momentos en los que creíamos que no podíamos más,
y los momentos en los que creíamos poder comernos el mundo.
Las fiestas hasta las tantas, pero también las noches de cena y conversación con amigas. Los enfados, pero también los abrazos de reconciliación. Los planes improvisados. Las miles de horas pasadas junto a las personas que forman tu vida. Eso, ni el gordo de la lotería es capaz de pagarlo.
Y también las personas que nos enseñaron algo, aquellas que pasaron por nuestra vida por alguna razón, aunque hoy en día ya no estén.
A ti, que aunque nunca fuimos nada, siempre hubo algo entre nosotros.
A ti, gracias por hacerme sentir que era capaz de volver a sentir.

Y también está la cara B, la cara de la esperanza, de las ilusiones y de las alegrías,
la cara del futuro.
El futuro, donde depositamos todos nuestros sueños, donde el 1 de enero comenzamos a escribir otro capítulo de nuestra vida que esperamos que sea maravilloso.
Donde todos los propósitos de año nuevo caben. El futuro que, esperamos, nos albergue momentos mágicos, nos depare gente y momentos nuevos, y también nos guarde a aquellas personas que tanto amamos.

Pero el futuro es incierto y puede cambiar en cualquier momento. Tal vez ese sea nuestro problema, que vivimos demasiado en el pasado y, a la vez, expectantes con el futuro. Tal vez debamos simplemente vivir el presente, disfrutar de todos los momentos y las oportunidades que la vida ofrece, y dejar que la vida nos sorprenda.

Así que mejor centrarnos en hoy, en este bonito y nostálgico mes, disfrutar de la compañía y de los pequeños momentos bajo las luces de Navidad.
Y en enero, comenzar a escribir otras 365 páginas que formen el mejor libro de nuestra vida.

Sueños en papel.

Una imaginativa reacción a la arquitectura monumental soviética fue lo que les llevó a crear increíbles ilustraciones, diseños de fantasía, poco realista, más cerca del puro diseño teórico  conceptual que de proyectos susceptibles para llevar a cabo.

Alexander Brodsky e Ilya Utkin, son ilustradores, arquitectos, visionarios… Los dos pertenecieron a un colectivo de artistas soviéticos en la época del Glasnost de finales de los años ochenta del siglo XX llamados  Paper Architects. Un colectivo el cuál diseñaron mucho y construyeron poco.

Brodsky y Utkin fueron pues “arquitectos de papel”, un término despectivo acuñado en la década de los treinta para denominar a aquellos arquitectos que se habían negado a someterse a las directrices artísticas del estalinismo, perseverando en la radicalidad de la vanguardia en el único espacio en que podían ya desarrollarla: sobre el papel. Los proyectos de esta nueva generación de arquitectos de papel recibieron títulos como Villa Claustrophobia, La Torre de Cristal, Casa de Muñecas, Mercado de la Inteligencia, o Tortuga Errante, y están repletos de resonancias en la historia de la arquitectura: el preciosismo y el poder de evocación nos retrotraen a las fantasías arqueológicas de Piranesi, la escala gigantesca recuerda a menudo el delirio sublime e imposible de aquel visionario cegado por las luces de su siglo que fue Boullée, y la presencia de elementos claramente urbanos e industriales traen a la mente la utopía tecnológica y lisérgica, y casi contemporánea, de Archigram.

 

La obra de Brodsky y Utkin entronca con la tradición de los arquitectos utópicos, representados canónicamente por Pierre Boulée. Lo mejor de su producción son algunos grabados abigarrados donde exploran todo un universo arquitectónico de fantasía, plenos de detalles técnicos que cohabitan con otros elementos procedentes de la esfera de lo imaginario, desplegando un maravilloso mundo imposible tan próximo a los delirios de los surrealistas como a la ciudad ideal de utópicos, románticos o  renacentistas.

Alma voladora vs Elena Grimaldi

Nació en Madrid, en el Paseo del Prado.
En un piso antiguo gigante y destartalado sin calefacción, larguísimos pasillos y corrientes de aire.

Elena nos cuenta que: “mi madre regentaba una Casa de Huéspedes, y la familia convivía con 14 de ellos, mientras que mi padre, trabajaba en la recepción de la editorial de revistas G+J y me traía todos los meses los ejemplares de L´officiel, MªClaire, Dunia, Cosmopolitan…
Así que esas montañas de revistas de moda que ojeaba todo el tiempo, me hicieron ser la fotógrafa que soy hoy.”

Elena Grilmadi decidió estudiar dos carreras, Humanidades y Filología Hispánica, dándose cuenta (abandonándolas) que ese no era su camino.
Estudió Imagen y Sonido, conoció a Ramiro E, que fue el que le enseñó otra mirada diferente a la fotografía de moda, y a partir de ahí, y siendo en 2014 su primera editorial de moda, su carrera despegó.

Desde entonces publica regularmente en Nylon Mexico, Oyster, Cosmopolitan, Vanidad, View of the Times, etc. También es profesora de Historia de la Moda Y Fotografía de Moda en varias escuelas (ESME, IED, El Estudio de La Casita de Wendy…) y realiza las campañas de ésta marca, La Casita de Wendy, desde hace 6 años.

Elena añade como apunte, “también he sido camarera en el Bar Cock de Madrid, cosa que me encantó y de la que me siento extrañamente orgullosa”.

Odia los coches, el calor y viajar como turista.
Se marea en cualquier medio de locomoción, incluido el metro y las colchonetas de playa.
Se define como cotilla, observadora y mirona. Le chifla la lectura, y últimamente lee todo sobre André Gidé, Stefan Zweig y Simone de Bouvoir.

Su parte más amorosa se la dedica a su novio desde hace 10 años, Iván, al que quiere mucho, con el que además dice que, “con el que ando y hablo, ando y hablo, cada día, siempre juntos”.

Grimaldi es ese duencillo especial que no se puede estar quieta, desprende su carisma por donde quiera que vaya y además, es una creadora nata detrás de su cámara.

Empecemos…

IWP_Si fueras una obra de arte, ¿cuál serías?
EG_Un cuadro de Chagall, probablemente Over the Town, o Double Portrait with Wine Glass.

IWP_¿Y una canción?
EG_En el Lago, de Triana. O Esta noche me voy a bailar, de Los Coyotes. O el Nisi Dominus, RV 608 de Vivaldi. O A tu Vera de Lola Flores. Un buen popurrí, como puedes ver.

IWP_¿Y una comida o alimento?
EG_Huevos revueltos con pimentón y vinagre. Mis tres ingredientes favoritos son el pimentón, el vinagre, y el ajo. Más español no se puede.

IWP_¿Qué ciudad serías?
EG_Uhmmm, Madrid, pero no ahora, en los 80-90 cuando era manejable, sucia y salvaje.

IWP_¿Con que color te sientes más identificad@?
EG_Rosa y amarillo

IWP_¿Qué sensación es la que te hace sentir bien?
EG_Dormir, y la oscuridad. Aprender.

IWP_¿A qué huele Elena Grimaldi?
EG_A violetas.

IWP_Y por último, cierra los ojos y cuéntanos tu mejor sueño….
EG_No tener que madrugar por rutina. No tener rutinas, en general, nunca en mi vida. Tener el alma voladora como los cuadros de Chagall.

Muchas gracias Elena, nos encanta tu otra (y divertida) visión  de la fotografía. 😉

Más info: http://www.elenagrimaldiphoto.com

Miedo, no miedo.

¿De dónde surge el miedo?

Muchos autores marcan la diferencia entre dos tipos.
Uno es el  “miedo común”, es decir, el miedo que podemos tener todas las personas a ciertas situaciones de peligro. Ese miedo ante algo que atenta contra nuestra integridad física, para el cual estamos preparados biológicamente, y que nos hace responder automáticamente mediante la huida, la lucha o el bloqueo.

El “otro miedo”  es ese miedo, o  más bien miedos, que nos creamos cada uno de nosotros en nuestras vidas, y que casi siempre tiene relación con la comparación.

Miedo a no ser lo suficiente, miedo a lo que pensarán de mí, miedo a estar haciéndolo mal, a que no me acepten, al rechazo, al cambio, a equivocarme… tantos y tantos miedos que todos conocemos.

Fisiológicamente estamos diseñados para tener la emoción del miedo. Y este miedo debemos verlo como positivo porque nos protege de situaciones, nos alerta y nos ofrece la oportunidad de evitar situaciones que potencialmente pongan en peligro nuestras vidas.

Entonces, ¿hay mucha diferencia entre un miedo y otro?

Tendemos a pensar que no hay diferencia entre ambos miedos, pues parece que la emoción del miedo es una y que igualmente nos alertará de situaciones que nos eviten sufrimientos. La  realidad es que la mayoría de las veces sufrimos más pensando en aquello que supuestamente nos puede ocurrir.

Como dijo Descartes: ‎”Mi vida ha estado llena de desgracias, la mayoría de las cuales no sucedieron jamás.” 

El miedo es una emoción que tiene mucho que ver con la seguridad en uno mismo.
Si en las comparaciones que hacemos entre nosotros y el resto del mundo salimos ganando, o simplemente no consideramos que salgamos perdiendo porque lo vemos como una oportunidad de crecimiento, tendremos el miedo mucho más controlado.

En realidad, todos estamos muy programados para tener miedo en la vida en general.

Cuanto más insegura es una persona, más sufre el  miedo al cambio y a lo desconocido. Cuanto más segura, menos miedo, pues confía en estar preparada para lo que llegue. Se deja sorprender por la vida y entiende cada situación como una nueva posibilidad de experiencias y aprendizaje.

Lo que propongo  aquí  es transformar la manera en que vivimos el miedo, para pensarlo como una oportunidad que nos permita revisar el sistema actual. Para superarnos a nosotros mismos.

El primer paso, sería comprometernos con nosotros y hacernos conscientes de cuántas veces a lo largo de nuestro día sentimos la emoción de miedo. Y de todas ellas, analizar en cuáles hay detrás un miedo justificado y en cuáles hay un miedo porque nos hemos dejado controlar por nuestras emociones negativas. De esta manera nos haremos un poco más conscientes de que la mayoría de las veces nuestra emoción de miedo no tiene ningún fundamento racional; incluso muchas veces es un miedo contagiado por los que nos rodean, por la sociedad en general.

Hay que aprender a gestionar el miedo y no nos gestione él a nosotros. 

Como dice Mario Alonso Puig, “En la vida no hay amigos ni enemigos, sólo maestros”

Cut and paste with Mari Quiñonero.

Una persona que se fue un día a Madrid buscando su lugar (y lo encontró), pero que no por eso deja de gustarle la luz y el olor de su tierra, echa de menos a su familia, y además, es una artista con las tijeras y el pegamento no puede ser mala gente.

Mari Quiñonero nació en Murcia, y ahora reside en Madrid con un fotógrafo y dos galgos.

Formada como Historiadora del Arte, trabajando actualmente en marketing, y no dejando olvidado el contacto con el mundo de la moda, la estética, y el estilo de vida, perfiló su estilo hasta su propio universo creativo, encontrando en el collage su verdadera expresión artística.

Quiñonero dice que, “En mi cabeza existen mil y una imágenes, colores, tonalidades, composiciones, sensaciones… que como si de un puzzle se tratara voy conformando con mis collages”, y es que por lo general usa un 90% de material vintage e imágenes con más de 70 años para no tener problemas de derechos. Material que consige buscando en revistas o libros que compra en ferias, tiendas, mercadillos y 1001 rincones que poco a poco ha ido conformando un archivo de imágenes, un tesoro.

Y tesoro es para mi lo que hace, esas imágenes tan sugerentes y divertidas, con ese halo de elegancia vintage y despampanante picardía. Unos collages que despiertan emociones, crean sonrisas, ruborizan ¡e incluso hacen saltar chispas!

Empecemos…

IWP_Si fueras una obra de arte, ¿cuál serías?
MQ_Uff, de formación soy historiadora de Arte, imposible elegir sólo una. ¡Estoy llena de referencias! ¡Y en cada disciplina hay auténticas maravillas! En pintura me gusta desde Caravaggio a Sorolla,  alucino con la presencia de las obras de Niemeyer, admiro la síntesis de las ilustraciones de Charley Harper…

IWP_¿Y una canción?
MQ_Siempre trabajo con música, pero lo mismo escucho a Vinicius que a The Cure o Radiohead… En la riqueza de la variedad es donde está la gracia, no? Cada momento de la vida tiene una música que le acompaña.

IWP_¿Y una comida o alimento?
MQ_Soy vegetariana, me siento mejor conmigo misma, tanto a nivel físico como emocional. Me gustan muchos sabores y comidas diferentes. Mi último hallazgo, la soja texturizada con la que experimento nuevas recetas.

IWP_¿Que ciudad serías?
MQ_Cualquiera, me adapto bien a cualquier entorno, ciudades grandes o pequeñas. He vivido en Murcia y Madrid, el resto han sido sólo destinos de vacaciones o estancias por estudios. Quizá Londres, fui por primera vez hace 20 años y cuando llego me siento como en casa.

IWP_¿Con que color te sientes más identificada?
MQ_Colores neutros,  desde el negro, gris, beige, azul… en realidad cualquiera que no sea estridente.

IWP_¿Qué sensación es la que te hace sentir bien?
MQ_Me gusta madrugar, incluso cuando no hay que hacerlo por obligación. El silencio y la paz que reinan me hace sentir dueña de ese momento.

IWP_¿A qué huele Mari Quiñonero?
MQ_No soy de usar mucho perfume. Pero tengo mis aromas favoritos, el jazmín, el azahar y la hierbabuena.

IWP_Y por último, cierra los ojos y cuéntanos tu mejor sueño….
MQ_Una vez soñé que me despertaba con 10 brazos y podía hacer muchas cosas a la vez, jajajaja… pero no era eso lo que me preguntabas, no? 😉

Mil gracias Mari, espero que sigas recortando y alegrándonos la vista con estas lindezas. 😉

 

Más info: www.mariquinonero.com