Miedo, no miedo.

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¿De dónde surge el miedo?

Muchos autores marcan la diferencia entre dos tipos.
Uno es el  “miedo común”, es decir, el miedo que podemos tener todas las personas a ciertas situaciones de peligro. Ese miedo ante algo que atenta contra nuestra integridad física, para el cual estamos preparados biológicamente, y que nos hace responder automáticamente mediante la huida, la lucha o el bloqueo.

El “otro miedo”  es ese miedo, o  más bien miedos, que nos creamos cada uno de nosotros en nuestras vidas, y que casi siempre tiene relación con la comparación.
Miedo a no ser lo suficiente, miedo a lo que pensarán de mí, miedo a estar haciéndolo mal, a que no me acepten, al rechazo, al cambio, a equivocarme… tantos y tantos miedos que todos conocemos.

Fisiológicamente estamos diseñados para tener la emoción del miedo. Y este miedo debemos verlo como positivo porque nos protege de situaciones, nos alerta y nos ofrece la oportunidad de evitar situaciones que potencialmente pongan en peligro nuestras vidas.

Entonces, ¿hay mucha diferencia entre un miedo y otro?

Tendemos a pensar que no hay diferencia entre ambos miedos, pues parece que la emoción del miedo es una y que igualmente nos alertará de situaciones que nos eviten sufrimientos. La  realidad es que la mayoría de las veces sufrimos más pensando en aquello que supuestamente nos puede ocurrir.

Como dijo Descartes: ‎”Mi vida ha estado llena de desgracias, la mayoría de las cuales no sucedieron jamás.”
 

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El miedo es una emoción que tiene mucho que ver con la seguridad en uno mismo.
Si en las comparaciones que hacemos entre nosotros y el resto del mundo salimos ganando, o simplemente no consideramos que salgamos perdiendo porque lo vemos como una oportunidad de crecimiento, tendremos el miedo mucho más controlado.

En realidad, todos estamos muy programados para tener miedo en la vida en general.

Cuanto más insegura es una persona, más sufre el  miedo al cambio y a lo desconocido. Cuanto más segura, menos miedo, pues confía en estar preparada para lo que llegue. Se deja sorprender por la vida y entiende cada situación como una nueva posibilidad de experiencias y aprendizaje.

Lo que propongo  aquí  es transformar la manera en que vivimos el miedo, para pensarlo como una oportunidad que nos permita revisar el sistema actual. Para superarnos a nosotros mismos.
El primer paso, sería comprometernos con nosotros y hacernos conscientes de cuántas veces a lo largo de nuestro día sentimos la emoción de miedo. Y de todas ellas, analizar en cuáles hay detrás un miedo justificado y en cuáles hay un miedo porque nos hemos dejado controlar por nuestras emociones negativas. De esta manera nos haremos un poco más conscientes de que la mayoría de las veces nuestra emoción de miedo no tiene ningún fundamento racional; incluso muchas veces es un miedo contagiado por los que nos rodean, por la sociedad en general.

Hay que aprender a gestionar el miedo y no nos gestione él a nosotros. 

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Como dice Mario Alonso Puig, “En la vida no hay amigos ni enemigos, sólo maestros”
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